
En los últimos 10 años se habla mucho de sustituir la carne por insectos comestibles (entomofagia). Suena exótico en algunos países, pero esta opción nutricional está ganando popularidad y aceptación.
Algunas tradiciones gastronómicas, como las de Tailandia, China y México, los incorporan en sus recetas desde hace siglos.Un aliado contra el hambreDesde 2014, cuando la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) publicó el libro «Edible insects, future prospects for food and feed security», la discusión sobre el consumo de insectos ha ido en aumento.
Al debate han contribuido diferentes estudios donde se indica que criar insectos tiene un menor impacto ambiental que producir carne de vaca, cerdo y pollo.Por ejemplo, para 1 kilo de carne de pollo consumible –la que menos contamina de las tres– se emiten 4,5 kilos de CO₂ equivalente (medida utilizada para comparar las emisiones de varios gases de efecto invernadero, convirtiéndolos a su equivalente de dióxido de carbono), mientras que 1 kg de tenebrio o gusano de la harina comestible genera 2,8 kg de CO₂ equivalente.
A ello hay que sumar un bajo consumo de agua y de uso de suelo.En lo que respecta a este último parámetro, 1 kg de carne de pollo utiliza 12,48 m² de suelo, frente a los 3,07 m² necesarios para producir 1 kg de tenebrio.Con datos de 2021, se calcula que una dieta saludable cuesta US$3,66 por persona al día, lo que supone que el 42,2 % de la población mundial podría no tener acceso a ella.En este contexto, el consumo de insectos comestibles puede convertirse en un aliado para reducir el hambre gracias a lo que se conoce como «microganadería», sistemas de autoconsumo en los que la infraestructura y los costos de producción son más fáciles de cubrir.ELDEBER